lunes, 22 de octubre de 2007

Nira Etchenique

Homenaje 15 de Agosto 2007

El miércoles 15 de agosto la reunión de los amigos de La Mesa fue dedicada a recordar a Nira Etchenique, distinguida miembro y amiga fallecida hace dos años. Tuvimos la presencia de Paula Adelfang y Gabriel Valdettaro López, sus nietos, así como la del escritor y poeta Pedro Nalda Querol. Paula presentó a los invitados y leyó un escrito dedicado a su abuela. Pedro recitó una poesía dedicada a Nira, escrita momentos después de la muerte de ella y Gabriel leyó un recordatorio dejado por Susana Campos, que no pudo estar presente.

Se leyeron algunos poemas de Nira y Paula entregó a Roberto Alifano, director de la Revista Proa, una selección de poemas realizada por su abuela en el marco del Programa de Lectura de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Abuela

Abuela, conmemorar este aniversario me devuelve a una pregunta que dejé en suspenso, quizá por la inevitable orfandad que me habita desde hace dos años o, simplemente, por transitar en lo cotidiano los apuros y las responsabilidades.

“Estoy oscura por dentro,
llena de preguntas oscuras…”
(Canto Caído)

Observo tus libros en mi biblioteca, los toco, les saco el polvo, están tan al alcance de mi mano que pregunto:

¿Soy capaz de alcanzarlos?
¿Por dónde empezar, abuela, a desandarte por dentro?
¿Qué imagen convocar a esta mesa sin nostalgia de adjetivos?
¿Desde qué lugar traer la anécdota que te dibuje con mano firme?

“Si yo me muero, pienso, si me muero,
¿Qué nombre encontrarás para nombrarme?
(Los dueños del hambre)

Hemos llegado al límite de toda ciencia, abuela, de toda filosofía. Estamos oscuros, tan oscuros y distraídos, y aun así….

“La búsqueda me asedia con un viento amargo
que se detiene en el color indeciso de los días.
Me investiga la soledad como un puñal demente
y las horas caminan, y acaban, y comienzan…”
(Mi Canto Caído)

Vuelvo la página de tu libro, y exclamo: -¡Poeta!
La inmortalidad se afirma desde el silencio sepulcral de la existencia.
Acompañamos tu verso, sensibilidad desparramada que nos invita a tu encuentro.
Ya no estamos solos.
Y también están los amigos…

Lucy Larra, narradora y dramaturga; ha publicado una decena de cuentos y novelas para niños y jóvenes; ha estrenado varias obras de teatro entre las que mencionamos "Cocinando con Elisa" y "Criaturas de aire". Ha recibido el Primer Premio de Teatro del Gobierno de la Ciudad; el Premio Argentores y el Trinidad Guevara.
Su amistad con mi abuela ha sido de alguna manera heredada y no por ello menos legítima, sino todo lo contrario. Quizá Lucy nos agasaje con el relato de esa amistad.
Menciono únicamente que Lucy es hija del escritor y amigo de mi abuela Raúl Larra.

Pedro Nalda Querol, narrador y poeta. Se ha destacado en varios rubros literarios.
Ha recibido el Primer Premio Internacional de Poesía “Gutiérrez Padial” con su libro “El fundamento y la combustión”. Su texto de novela breve “Palomas que no son pájaros” es premiado en el concurso Internacional “Nuevo sudaca border” organizado por la editorial “Eloísa Cartonera” cuyo jurado integraron, entre otros, Ricardo Piglia, Pablo Schanton y Fabián Casas.
Su amistad con mi abuela ha sido sincera y sobre todo constante. Si en algo creo que estamos de acuerdo, Pedro, es que ambos nos comprendimos en silencio luego de la ausencia a la que nos vimos arrojados.

Susana Campos cursó la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires y realizó talleres literarios con los escritores Nira Etchenique, Juan José Hernández y Mariano Dupont. Sus cuentos premiados integran las antologías Palabras en torbellino (2003) y Vida de Margot (2005). Creo que la amistad con mi abuela fue de complicidad y admiración mutua. Mi abuela siempre brilló por su humor inteligente y la ironía sutil. Estoy segura que con Susana tenía una contrincante a su altura.

Gabriel, por último y no por eso menos importante, mi marido, quien nos leerá un poema como cierre. “Aprovecho para enviarte un mensaje de privadìsimo cariño, privadìsimo y muy grande” escribió en un e-mail que firmaba “abuela aikida” haciendo alusión al arte marcial que Gabriel practica.


Hoy te queremos recordar, abuela, en esta “Mesa de los Miércoles” que también fue tuya …

Paula Adelfang

El 6 de agosto de hace exactamente dos años

Por el Académico de Número, don Roberto Selles

El 6 de agosto de hace exactamente dos años, pretendió hacernos creer que se había marchado de la vida. Pero no se lo creímos. Porque Nira Etchenique, pertenece a ese tipo de gente que nunca se va.

Se nos quedó en más de una docena de libros que la mantienen viva: "Mi canto caído" (1952), "Esta tierra puesta en soledad" (1955), "Horario corrido y sábado inglés" (1957), "Alfonsina Storni" (1958), "Los dueños del hambre" (1959), "Roberto Arlt" (1962), "Diez y punto" (1965, con cuatro ediciones), "Sur" (1966), "Último oficio" (1967, con tres ediciones), "Tempestad es la palabra" (1971), "Persona" (1979), "Judith querida" (2000) y su última obra, "Vox populi" (2003), que fue presentada en nuestra casa.

También está viva en sus tangos: "De charco y jazmín" (con Héctor Stamponi), "Réquiem para Discépolo", "De mi barrio, Flores", "Chau, viejo", "Fue la ciudad" (los cuatro con Sebastián Britos) y "Nelly de barrio" (con Alfredo Lescano y el autor de estas líneas), tangos que sonaron en las voces de Rosita Quintana, Fernanda Rusek, Alberto Vega y Alfredo Lescano. Más allá de la canción de Buenos Aires, ha sido autora de la canción latinoamericana, con "Tú no eres buen americano", que lleva música de su hija Gabriela Adelfang.

A propósito, fue madre de otros tres hijos, Pablo, Claudio, y Sandra; los iniciales, de su primer matrimonio, con Montague Adelfang y la última, del segundo, con alguien que, como ella, fue otro de los grandes poetas de Buenos Aires, Mario Jorge de Lellis. A su vez, Nira era hija de Ricardo Etchenique y Angélica Manuela López, familia que se completó con su hermano menor Alejandro Horacio, y su arribo al mundo tuvo lugar en Flores, el 26 de marzo de 1932.

En 1963, conoció a Julián Centeya. "Yo estaba corrigiendo mis notas en Haynes -nos refirió- y de pronto veo una revista con mi retrato; era un comentario sobre mi libro 'Horario corrido y sábado inglés', firmado por un tal Juan Sin Luna. No sabía quién era. Me informaron que se trataba de Centeya y me quedé totalmente electrizada. Me lo presentó Sigfredo Pastor, que era diagramador de aquella revista. Ya después, la amistad se hizo entrañable". Y aunque ella era ya tanguera, él la inició como autora de tangos: "Julián tenía el berretín de que yo escribiera letras de tango. 'Vos tenés que ser el Homero Manzi con polleras', me decía".

Alguna vez, un editor señaló que fue "una de las más altas voces femeninas de la poesía argentina de todos los tiempos"; podríamos agregar que también lo fue de la narrativa y el ensayo. Pero -como ese mismo editor advirtió- su trayectoria se encontraba "en abierta contradicción con la difusión, el conocimiento y el reconocimiento a que se ha hecho legítimamente acreedora". Y es que Nira fue, además de poeta, cuentista, novelista, ensayista y periodista; todo en igual altura de calidad. ¿Es posible que, en estos tiempos que corren, se desvalorice tanto lo realmente valorable..?

Su voz -única- quedó registrada en el longplay "Diez y punto", grabado en 1967, que acaba de obtener afortunadamente su versión en compacto. Ese disco, sus libros y sus tangos nos la recordarán para siempre. Particularmente, nos la recordará, además, la inolvidable amistad que nos hermanó -también para siempre- más allá de la dolorosa partida que se inventó el 6 de agosto y que nos empecinamos en no creer. Estaremos con ella cada vez que abramos uno de sus libros.

jueves, 11 de octubre de 2007

DIEZ y PUNTO

(Nira Etchenique)I

Pregunto por la muerte;
este naufragio no nos salva siquiera de la vida
y camino sonámbula y golpeada
pregunto por la muerte.
Y la aventura, por dónde te comió?
Por dónde pudo entrarte la soledad un día
y sacarme de ti como un abrojo?
Pregunto por la muerte;
ya no somos amigos.
Porque era yo tu soledad y fui
tu silencio, tu nido, tu alborozo
y fui tu color de mariposa
en esas tardes ácidas de invierno.
Porque era yo tu pena y porque era
la espina en el costado de tu sangre,
el clavo dulce y cruel que atormentaba
tu oscura carne de hombre enamorado.
Porque era flor de angustia y de locura,
porque era pan de amor todos los días.
Ahora sólo digo pregunto por la muerte.
Y también estuvo eso de empañarse,
de llenar de gris de plomo la manzana,
de cargar con cuatro balas la esperanza,
de salir a asesinarnos con ternura.
Y también, es cierto, estuvo como un cristo
tu amor crucificado por mis manos.
Ahora ya me callo, éste es el tiempo
de mendigar rodillas a la luna
o acaso no es el tiempo
o simplemente
la luna está sembrada de mendigos.
Pregunto por la muerte y me pregunto
por dónde te quitaron de mi sangre,
quién fue, quién quiso, quién estuvo
comiéndote el amor con dientes grandes.
Ahora ya me callo, es el crepúsculo.
El sol se agarra a dios como a un ahogado.

II
Eras mío sin fin,
predestinado.
Fatal, oscuro y triste, melancólico.
En un día, no sé, de marzo antiguo
alguien se dio a nacerte para mí.
Maduraste, café con nicotina,
consabido planeta del oeste,
con rencores de atrás
y con palabras;
con amigos, con mesas, con alcoholes,
con esquinas amargas y muchachas.
Te creciste de a poco,
lentamente,
tan lentamente al fin para esperarme
con un dios que cabalgaba en tus espaldas
y un cuchillo con hambre entre las piernas.
Después, hay un después con gusto a sangre,
con gusto a crimen puro que florece,
que se cumple de umbral y cementerio
y que dice que sí pero se calla.
Lo importante es decirte que eras mío,
que esa cosa, cuchara, hueso, harina
con que hicieron tu carne y la encendieron
estaba destinada., condenada,
castigo, gloria, luz, fardo de llanto,
engranaje de piel, cabellos, dientes,
cruz y desvelo desde tu ceniza.
Lo importante es banal y obligatorio,
escritura de dios para nosotros,
lenguaje irracional y esclavizante,
signo en el aire puesto de los aires.
Lo importante es decirte que eras mío
y qué inútil fugarse,
qué desierto,
qué blanco espacio muerto es el que encuentras
si abandonas mi vientre,
si te ahuyentas,
si te arrancas las uñas, si te muerdes
el desamor furioso de los solos.
Hoy se acaba la tarde y te abandono.
No sé si lloraremos,
no sé si con un dardo de sol envenenado
me mataré de espaldas a la calle.
No sé si con mi muerte te someto,
si prolongo el castigo,
si te amo.
Pero sé que eras mío, que naciste
por una noche allá en un marzo antiguo
para enterrarte en mí definitivo
eternamente en mí.
Sin salvación.

III
Sin embargo recuerdo.
Un cuarto piso.
Gorriones que venían con espejos,
un suave olor a nardo,
un suave olor a sexo
un suave olor a noche
un suave suave suave
un suave olor humano.
Entonces las ventanas se abrían como madres
y el cigarrillo ardía
y ardía la campana, la lámpara, el pecado
del muslo que gemía,
del labio que quemaba,
del áspero silencio sangrando boca arriba.
Qué besos no nos dimos!
Qué muertes no cambiamos!
Qué gusto a caramelo yo tuve entre tus manos!
Redondo el aire arriba llenándose de gritos
y un perro azul llorando feliz sobre la almohada.
A veces te tocaba como si hubieras muerto.
Mi dedo caminaba tu palidez, tu ausencia,
tu destierro sin tiempo,
tu cansancio
y a mí se me volaban montañas en el pecho.
Me parecía entonces que te había parido,
que habías desgarrado mi vientre alegremente
y en una cueva tibia te había amamantado.
Se me ocurrían cosas de loca,
parecía que el mundo era de yema,
de azúcar, de canela,
que había alcohol caliente tocando las paredes
y pájaros de trigo colgados de mis senos.
Se me ocurrían cosas de loca, me reía
o acaso no reía,
o acaso me callaba
o sólo, solamente
o solamente acaso
lloraba con el gusto de tu pelo en mi boca.
A veces te miraba como si hubieras muerto,
dormido, estremecido, sin protección ni odio,
prófugo de mi arena, solo en isla de miedo
negro de negra ausencia
marinero sin espumas.
O quizá me soñabas y me estabas soñando
pero yo te miraba como si hubieras muerto.
Entonces en el barco feroz de mi garganta
navegaba cigarras, hormigas, grillos ciegos,
un circo de cristales
un mercado de lobos
un pozo de calandrias
y un cántaro de rosas.
La tarde se ponía color de cien naranjas.
Volvías de tu isla.
Naufragabas en mí.

IV
También hubo las noches.
Hoy voy a hablarte de las noches,
de esa forma negra sin reloj
desobediencia brutal con que injuriábamos
el tiempo gris y lácteo de las gentes.
Recuperado hogar era la noche,
ansioso texto buenosaires,
lágrima a cuestas por los tangos,
piel de durazno agónica en las calles.
Recobrada dulzura era la noche
entre lirios violentos y tristezas, amargo pulso de indagarnos cosas,
rencor de algún pasado con estrellas.
Después también la lluvia por tus dedos
mojándome la cara,
buscándome la luz,
soltándome palomas,
la risa con alcoholes,
el viento artificial legalizado en duendes.
Entonces eras un hombre
embanderado en mi pelo.
Llevabas margaritas en tus portafolios.
Definitivo hueco era la noche,
rayo, puñal, designio,
qué loca quijotada matarse en los faroles,
amanecer de turbios sonámbulos, perdidos,
comiéndonos la niebla como si fuera un globo,
reventando las sombras como si fueran uvas
y ese olor de los bares a la hora del trigo!
Ese olor de las hojas, ese olor de la magia,
ese puro silencio entre dos geometrías
y tus manos, tu invierno,
tu sangre con veleros que sólo yo sabía!
Cuántas cosas te supe
mientras iba creciendo,
duro pan de suicida,
moneda sin esqueleto,
pluma limpia en tu bolsillo,
fuerte ambición de besos!
Es cierto, es cierto, es cierto,
también hubo las noches.
Perverso, en las esquinas,
el aire se disfrazaba de piedra contra tus ojos.

V
Yo tenía una casa
con árboles que me ofrecían limones
por las mañanas.
Cuando abría las ventanas
el aire era casto y dulce como una pajarera.
Mis hijos se alborotaban,
cadenas de plata lisa,
semillas de leche joven,
anclas de sueños que anclaron
los sueños que se durmieron.
Entraste en la casa verde
pálido de rencores,
aborreciendo la luz, los perros, los desayunos,
las cosas que otros hacían,
el caracol de la risa.
Yo te miraba soltar tu dolor por las paredes,
me enamoraba tu angustia, tu insomnio, tu desarraigo,
la forma de tu zapato y esa manera feroz
de castigarme en silencio.
Te oía contar las lunas,
pintarte de madrugada
con el color de las llaves que envinan los barriletes
y me ponía a caberte en mis tierras sin guardianes.
Cabías en los balcones,
en ascensores con besos,
en alturas que desnudan palomares hasta el hueso,
en bares con naipes sucios para cartear a la muerte
y alquilar por una hora el ojo de los manteles
usurpadores del frío.
Cabías en predicados y en tranvías con muñecas,
en la espalda del asfalto y en la boca de la herrumbre
y cabías,
dulcemente,
tristemente,
purificado en el humo de algún barrio con obreros,
en el zaguán de las novias.
Cabías en clandestinos pasillos con terciopelos,
homenaje de la sombra,
cognac de larga escalera
para incendiar a la lluvia.
Cabías en las orillas de un mediodía con puentes,
en las piernas de una loca que decía buenasnoches
o en los pechos de una virgen ansiosa de tu cosecha.
Cabías en la demencia de actemines y ginebras,
en misteriosos papeles,
en cartas que no escondías,
en boletos de carreras
y en esa infantil ternura de no acuchillar el pan.
Entraste en la casa verde,
porcelana de limones,
algarabía de hormigas,
sonrisa de chiquilines encarándose al almuerzo.
Entraste en la casa verde,
la casa que yo tenía.
Gris y ronco, profanado
viejo de amargas caderas,
cristianamente borracho de tu propia borrachera.
Odiabas al comerciante, a los álvarez, al médico,
al chocolate, al guindado, a las puertas medianeras.
Te trepabas al teléfono a las tres de la mañana
y arrinconabas al viento para decirle un poema.
Un día, como un milagro,
me descubriste dorada.

VI
Me llamabas princesa.
Yo, como tú, sabía
recoger el andrajo y la limosna,
repoblar el silencio con tabaco
y llenarme de izquierda hasta las uñas.
Pero había princesa en el horóscopo
de cada amanecer entre tus brazos.
Y había princesa en ese sueño
remoto, desvelado y consentido.
Me di a pensar por qué me amabas
con una infancia de hadas y de brujas,
con un bosque de polen y de lobos,
con una abuela triste que rezaba.
Y pregunté qué cosa me vistiera
de tul y magia y de misterio
para estrellar de savia tu palabra
y merecer tu amor que me bañaba.
Acaso mencioné de tu universo
la réplica de andar con pez y luto.
Acaso regresé por las semillas
donadas al ángel que tiraste
alguna tarde oscura entre dos copas
ebrio de llanto y verso, renegado
del agua y de los marzos.
Acaso reencarné tu hueso herido,
tu manera de estar comprando pájaros,
el fresco retozar de la pureza
vendida por las dársenas del beso.
Acaso, yo no sé, dulce y violenta,
debí llorar por ti sin que me vieran
y el gusto de mis ojos en tu lengua
te abrió la nieve azul de la ternura.
Pero sé que me amaste y de ese amor
se festejaron panes y adjetivos.
Mujer homenajeada fui en tu labio,
serpentina enredada entre tus venas,
hembra, miga de luz, tierra del canto,
peregrina enlunada germinando
bajo el hambre voraz de tu deseo.
Acaso para entonces ya me odiabas
y matabas el odio sumergiendo
la abeja de tu pánico en mi carne.
Pero en la hora terrible y solitaria,
terrible y desolada,
terrible, enloquecida,
en la hora en que los rostros se llenaban
de nieblas y de espanto;
en la hora en que morías sin abrigo,
en la hora en que quedabas sin más risa
que la sal de tu pregunta por la vida,
por qué se viene abajo, por qué lloro,
por qué los arcoiris y las velas
y el sol que me flagela y ya no puedo
y me siento cobarde y no te vayas;
en la hora morada de los náufragos,
tu odio sin pronombre y con dos alas
caía entre mis dientes y me amabas.
Me llamabas princesa.
Cuatro veces mi sangre te cruzó la cara
y un anillo de luz detuvo el mundo.

VII
El primer hijo se nos fue en el agua,
rosa sin florecer para esta tierra,
tan lleno de cielo y tan vacío,
tan violeta regalada a los crepúsculos.
Venía del amor, cómo venía del amor,
cómo llegaba de las lluvias y el silencio,
de la sola esperanza de estar vivos,
de la antigua pesadumbre que nos toca
cuando octubre nos toca y es octubre.
Cómo venía verde y dilatado
dormido hasta el fondo de los huesos,
tibiamente incorporado al gusto
de la gota que crece alegremente.
Cómo, cómo venía del amor
invitando a festejarlo en sus costumbres,
cómo llegaba sencillamente blando,
desnudo y protegido y enlunado
orgulloso algodón para ese frío
que tapábamos con besos y palabras.
Venía, sí, venía del amor,
precioso chiquilín horoscopado,
destino de bolita y de muñeca,
verdugo de agonías conyugales.
Venía del amor y castigaba,
dramático y brutal,
jesús crucificado por tus manos
clavadas en mis manos.
Venía de tus piernas y mi leche,
de una arteria inclinada hacia la fuente
de sangre que bebías en mi sangre.
Y se vino dichoso, analfabeto,
asesino de su propio asesinato,
con azúcar, con flor, con pan caliente,
con un níquel de luz sin alcancía.
Vino así, heredado de algún pájaro,
propicio amigo de los duendes,
compañero ideal de los fantasmas
o de un dulce barquito de maíz.
Vino así del amor y se nos fue
como un río de humo, como un tren
perdonando la miel que no tendría.
Lloramos entre el ruido de la gente,
monedas y bombones y algún tipo
comprándose corbatas,
riéndose del viento,
fumando un cigarrillo.
Doblándonos de amor en las esquinas
pisamos una estrella que caía.

VIII
Dormir contigo.
Dormir contigo era
la víspera de reyes.
Una ansiedad en la boca del estómago
y un gusto a barro, por las uñas.
Un cumpleaños siempre, cada noche,
un par de zapatos puesto en la ventana.
Dormir contigo.
Dormir contigo era
vigilar la oscuridad en las baldosas,
la mezquina sombra de los árboles,
el interminable atardecer que se estancaba
y alejaba la noche y me alejaba.
No importaban las mesas,
esas copas con que me bautizabas
en los estaños viejos de tu almagro,
no importaban los naipes,
el tute burlón que desafiaba
la sorpresa caduca de unos ojos
entintados en vino.
Ibamos enfermando el día,
murmurándole un réquiem a la tarde,
atravesados de dolor y espuma,
millonarios de amor, locos de versos,
drogados de gardel o de rivero,
viajeros de taxis desolados,
caminadores fuertes del tabaco.
Yo miraba en el fondo de tus ojos
la gran cama poblada como el mundo,
un incendio de clavos y de alambres,
un espacio de vidrio y lunas rojas,
un pedazo de estrella calcinada,
la fractura con lágrimas de un árbol.
Muchas veces corrí mojada y turbia,
enemiga del agua, rencorosa
de los trenes que apenas se movían,
de las altas escaleras frías,
del antiguo ascensor que carraspeaba,
del minuto de fósforo en la esquina;
enemiga, enemiga de las horas,
de la piedra, del viento, del amigo,
del teléfono, el diariero, las noticias:
enemiga del tiempo sin tu boca.
Dormir contigo.
Dormir contigo era
depositar mi sangre de muchacha
junto a tu sangre simple de muchacho.
Los besos que me dabas entre sueños
mirándome sin verme.
Entonces yo miraba la ventana,
la luz que llegaría
y el sonido de la calle comenzaba a dolerme.
Luego había cosas que hacer como sonámbulos,
enlazar piedritas con relojes,
engañar la vida de algún modo,
volver a ser humano humanamente hablando.
Había que acechar los minuteros
y sonreír y pulirlos con ternura
y enfrentarse a paredes y agonías
y armar mecanos, piezas sueltas,
corazones en islas solitarias,
manteca sin papel,
papel sin letra,
despareja canción,
cereza rota,
un otoño con plomo en las entrañas
o un verano de cal que nos quemaba.
Pero había después dormir contigo,
caer en la tormenta de tu almohada,
hallar la paz, la lluvia, los naufragios,
los barcos que anclaban y partían
y soplaban su olor de chimenea
y el sándalo, el cognac, las pasajeras
violetas y- algún frasco con lilas.
Dormir contigo.
Dormir contigo era
saber que nunca moriría.

IX
Llegó el tiempo de caer a tierra
y no era justo
como no es justo que las uvas mueran
en charcos de ceniza
o se persigan rastros de nubes en las tardes
que huelen a limones.
No era justo podar las primaveras
y ponerle coronas a la luna
o subirse a un tranvía con ojeras
o besarle los labios a la arena.
Pero el tiempo de amar ya se venía
-calavera feliz de marioneta-
incesto angelical,
con gusto a sombra,
con gusto a rutinario mediodía,
a sopa de portón
a media rota
zurcido pantalón
saco mordido
botones sin ojal
huérfano vino
y aquel feliz pezón desajustado
con leche, luz y miel
y un apellido.
Vinieron los hoteles, los amigos
cansándonos la risa,
disfrazando de sol los cigarrillos,
tocándonos las uñas espantadas.
Vinieron partidas y regresos,
estudiantes de rostros metafísicos
recogidas en pozos de cartón,
insólitas demencias compartidas,
estrechas escaleras, facultades de esperma
que diploman de cínico o de anciano.
Vinieron las gacelas perforadas
en esquinas de marzos y de abriles,
violadoras de lluvias y semáforos,
tiranas de la piel que se fatiga
y recurre al clavel, a los jabones,
al suicidio hipotético,
a los versos,
a la letra de un tango entre dos humos,
No era justo matar catorce abejas,
degollar una estrella,
cicatrizar en falso algunos vientres
y volver con el pan de los mendigos
mojado de sudor entre las piernas.
No era justo querer fraternizar
con la pura violencia y la dulzura,
no era justo tener dientes de lobo
y mascar la hierba triste de la oveja.
No era justo, no lo era y sin embargo
caía el barrilete hasta la. tierra,
morían las uvas en verano,
gesticulaban gacelas metafísicas
y tú decías no, gritabas no, llorabas no,
te convertías en un pájaro viejo y lastimado.
La última naranja del otoño
-mayo ocho puede ser sólo una fecha-,
la última naranja, te decía,
se quedó sin color bajo mi lengua.

X
Barramos la basura, rápido, ahora,
ahora que la casa del amor
se ha quedado vacía
y hay una hoguera de odio que todo purifica.
Que el aire quede limpio
y tendida la mesa,
que brillen las maderas
y se inunde de buena leche el pan
y regrese el prodigio de la fruta
y se vuelvan azules los relojes
desbordantes de pétalos los vasos
y haya un mantel oceánico en los pisos
y nueva sal y un nutritivo aliento
que suba como un pájaro a la lámpara.
Y aquí el vino leal,
los jazmines ausentes,
el olor de la carne
que va a nacer distinta
y este desnudo modo de alumbrar el vinagre
desde un cáliz de polvo que nos tienta la boca.
Aunque parezca dulce la noche de los otros,
el lecho de los pobres,
la muerte de los niños
yo ya tengo mi muerte, mi noche y este lecho
que todavía huele como un jardín en marzo.
Barramos la basura, rápido, ahora,
ahora que los astros se han puesto de perfil
y un suburbio de perros se instala en las alcobas.
Deja las ropas quietas,
la original angustia colgada de la oruga
y abre la puerta grande para que entre toda
la soledad del frío, la soledad del hambre,
la soledad sin vicio filosófico,
sin adorno de llanto,
sin enfermos, sin cardinal estado,
sin un réquiem,
diccionario del mudo
para una fiesta nuestra sin puntos suspensivos.
Que ésta es la copa robada a los apóstoles
y ésta es, amigo, nuestra última cena.


PUNTO

No concedo perdón, quiero venganza.
Este libro es verdugo de mí misma.
Diez poemas de amor y de castigo
y un suicidio común que aquí nos mata.

Sin amor

Si por lo menos no hubieras dicho que me amabas, si sólo hubieras dibujado con tu mano cabal la mansedumbre de mi cuerpo, si me hubieras asaltado en silencio, como el agua, si hubieras venido a mí como un sonámbulo, todo pulso, y calor, y piel, y lengua. Si por lo menos no hubieras dicho que me amabas, esta noche, esta noche tan amarga me sería más fácil caminarla. Caminarla sin ti que estás mordido como pan de vagabundo en la ventana, caminarla sin ti, que te has herido como pájaro de vientre prolongado. Si por lo menos no hubieras dicho que me amabas, si sólo hubieras llegado con tu hoy simple y rotundo como un cero y nada más, y nada de tu ayer y tu castigo, y tu culpa y tu viejo carro uncido. Si me hubieras penetrado sin palabras solo y único, en silencio, acorazado. Si me hubieras medido con tu carne con la boca afirmada a la moneda, si me hubieras logrado sin hablarme.... Si por lo menos no hubieras dicho que me amabas, si solo hubieras descendido oscuro y anónimo y feroz y enmudecido, qué fácil caminar por esta noche de ciudad dilatada en bocacalles. Qué fácil detenerte en las esquinas y en las manos que juegan a ser rosas sobre el límpido cristal de las vidrieras. ¡Qué fácil el otoño y el olvido!

Nira Etchenique

Selección realizada por Nira Etchenique

Selección realizada por Nira Etchenique en el marco del Programa de Lectura de la SecretarÌa de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Junio 2005

La presente selección incluye poemas de los libros:

Horario corrido y sábado inglés (1958)
Los dueños del hambre (1959)
Diez y Punto (1966)

Ultimo Oficio (1967)

DE LOS SITIOS
CIUDAD


Un dÌa por tus calles,
esos dÌas que crecen sin ·ngel en la mano,
caen sobre el hombre con geografÌa nueva
y en que todo se dice de tiempo arrepentido,
nos descubrimos sombra,
herencia sin hallazgo,
llanto desaliñado,
suave mirar de frente, breve temblar de fruta.

Te supimos entonces de piedra y de convento,
de cifra y portafolio, de otoño y mediodÌa.

Supimos que ibas sola, callada como un árbol,
ausente como un túnel sin pájaro y sin cielo,
sin la mitad de un niño,
sin tu ración de sopa,
sin tu porción de perro,
sin nada para darnos aunque nos viste sombra,
aunque advertiste sangre
quem·ndonos los ojos,
tallándonos las uñas con un dibujo de hambre,
golpeándonos los codos,
vigilando la muerte.

Conversamos por miedo con todas las vidrieras,
por miedo te cruzamos todas las avenidas,
desplazamos el aire de cada bocacalle,
trepamos tus teléfonos.
Por miedo te burlamos tu cansada agonía,
tu camisa de anillo marcándote a la izquierda.
Pero nada tenías para darnos, ni perro,
ni sopa, ni caricia, ni canto, ni alegrÌa.
Es cierto, estabas sola,
tan sola como un llanto,
tan triste como un techo,
tan fría como un vidrio clavado entre las cejas.

Cercada de hospitales, de gritos, de botones,
de calientes vapores, de vinos, de autobuses,
de obreros que madrugan, de casas que se elevan,
de soles que descubren la basura en rincones,
de mercados y ojeras,
de estrellas consumidas.
Cercada estás por hombres que todo te reclaman:
el pan, la profecía, su cuota de esperanza.

Cercada y solitaria,
sin nada para darnos, así, como te vimos
un dÌa por tus calles,
crecida sin un ·ngel,
sin la mitad de un niÒo,
de cifra y portafolio, de otoño y mediodía.

CALLE CORRIENTES

Fue degollando aceras lentamente,
haciÈndose sentir como una lengua,
cortando a mordiscones las baldosas,
formando su raíz en cada cuadra
con rúbrica de estrellas desparejas.
Fue viboreando en hembra con caderas,
empujando sin m·s como una gota,
inundando de sueños los balcones,
inventando argumentos para el hambre
dulcemente dormido en una copa.
Fue caminando a los lados, se hizo grande,
tuvo cara procaz de chiquilina
creciendose hasta el sur mortificada
en el último botón de su corpiño.

Corrientes, la marcaban los ladrillos
con suaves intenciones demolidas.

Un dÌa pidió paso, gritó arriba,
trepó su mano abierta en las vidrieras,
la vimos sonreír toda su risa,
tutear itinerarios, desplomarse
con gracia en el espanto ciudadano.

De loca enciclopedia las garúas
doscientos cambalaches le borraron
pisando el corazón sobre el asfalto
su puño de agua azul, de aguamarina.

Se dijo TabarÌs sin victrolera,
desmelenado esquinero impenitente,
tacón de madrugada, ajerezado
velar y consumir la misma cosa
sin tregua bajo un ancho lomo quieto.
Y mientras vino entera en sangre y uña
a dislocar cuaresmas, a doblarnos
la poca disciplina, los horarios,
el grave trajinar, los almanaques,
su nombre corregÌa en el suburbio
un sexto semanal pájaro muerto.

No corta su canción a rebanadas,
no cabe en el cuadrante, no se apoya;
se da de palidez y biografÌa,
de f·cil caminar, de monograma,
de lata y de cartón, de ángulo agudo.

Aún le pide más la noche en ronda
si el cielo la dibuja como un aro.
Allí, donde la luna firma un cheque
sin plazo a cualquier sueño desarmado.

DEL ADIOS
CUANDO YO NO ESTE

Un día, cualquier día,
puede ser un lunes de mañana
o un sábado a la tarde
-los sábados de tarde
las cosas suelen doler un poco más-
vendrás, serás un hombre
diciendo yo la amaba
y entonces era mÌa,
y entonces como cÛnica campana,
como un árbol,
como un lunar redondo que asimila
del aire el corazón y se lo bebe,
estaba dialogando entera, sola,
dejándose caer,
dejándose quemar de beso a beso.

Es cierto, no estaré,
o acaso únicamente me haya muerto.

El viento irá contándote mi llanto en el oido,
mi forma caducada,
aquel verano triste colgado en la ventana,
los niños que sembramos,
el pregón de las flores,
las noches patinando el amor que se enraizaba,
crecía, maduraba, volaba hasta los techos,
desanudaba el lazo plural de alguna estrella.

Es cierto, no estaré,
o acaso únicamente me haya muerto.

Y sin embargo, porque un hombre, tu,
vendrás, dirás la amaba
y entonces era mía
y entonces ella toda temblaba entre mis brazos,
mi voz desde quien sabe
tal vez desde otras manos,
tal vez desde la niebla nidal de las corolas
vendrá salando otoños,
desparramando inviernos,
hurgando el arco breve informal de tus pestañas.

Mi voz dirá lo amaba
y entonces era mío.

Será un día cualquiera,
un lunes de mañana
o un sábado a la tarde
-los sábados de tarde
las cosas suelen doler un poco más-

NELLY

Un andar de cocina a mariposa
podría definirte,
o tal vez un tibio espacio con olivos,
o tal vez aquellas manos amarillas
o solamente un transitable pulso
que nadie sospechó, que nadie quiso.

Qué decirte después de diecisiete sueños
tierra para pisar amor, para dormirse,
para jugar a ser de luna, de fantasma,
de mimbre o caracol, de eclipse en marzo?

Yo te recuerdo, es cierto, eras de charco
frente al portal azul de tu barriada,
plebeya campanilla que una noche
trepó toda su tos, miró la calle,
copió la sal de un pájaro caído,
crispó su blanco corazón de leche.

Yo te recuerdo, es cierto, eras amiga
de andar por los otoños desarmados,
de recoger gorriones a destiempo,
de morder un durazno y olvidarlo.

QuÈ decirte después de diecisiete sueños
tierra para pisar amor, para dormirse,
para nombrar el trigo familiar, el aire
y a gracia final de cada hoja
llorandose por vientres, nervaduras,
por techos sin palomas, por espacios
de pan caliente y beso, de zaguanes?

Yo te recuerdo, es cierto, eras aquella
del gorro a cuadros y la falda corta,
la trenza clara, el desvelado rostro,
un libro de poesÌas manoseado,,
un racimo de muerte sobre el pecho.

Ahora digo tu nombre, tus geranios,
tu viejo bastidor de niña triste,
tu dulce aliento gris, tus grandes patios,
tu edad crecida en zanja y en baldÌo.

Ahora digo, sí, tu barrio entero
mirándote pasar definitiva.

La tarde que te fuiste cara al cielo
dejÈ mi adolescencia en la vereda.

VI

Qué estás mirando ahora?
Hay ventana en tu cuarto?
O es uno de esos pozos oscuros donde el polvo
se agremia en los rincones y comenta la sombra?

Que miras? Las paredes, el techo, las aristas
de algún mueble que fuera para usar y que ahora
te parece lejano, accesible a los otros?:
un país con sus ríos, sus calles, sus montañas,
la redonda y difusa proporción de una luna
y hasta un motivo nuevo de jardÌn con relojes.

O no miras y finges un sueño que te engañe,
preludio analfabeto de la muerte que escondes
como un puñal fundido debajo de tu almohada.

Y después, en que piensas?
Te sube y te desciende un instinto de vida,
te sostiene una rosa,
te derrumba una aguja,
el agua en tu garganta despierta los elogios
de una lengua gastada que protege en los dientes
la exaltada promesa del vino que no bebes.
Y acaso el cigarrillo,
ah, el gran compañero celoso y exclusivo!,
literatura de humo trabajada en el aire,
paloma en sacrificio, reiteración del beso,
dueño de las criaturas condenadas al desvelo,
amigo de tu agonía, camarada del silencio.

Y además, qué tristeza,
qué impúdica tristeza solivianta tu pecho?
Tal vez ya te abandonas, y te agitas y lloras,
o te inclinas, vencido, leve, herido, piadoso,
sobre el espejo turbio de p·nico y de vidrio.

Tu miedo, sÌ, tu miedo
circulando en el aire inmÛvil de tu cuarto,
respirando el aroma de los frascos curiosos,
palpando entre las s·banas alguna arteria sucia,
naufragando en los pobres gorriones de tus ojos.

Allí te estás caído,
entre pequeñas cosas en fuga y entre sueños.
De espaldas, demasiado de espaldas,
con prudencia organizas tu lento aprendizaje,
el oficio innombrable,
la artesanía última.
Duros trabajos son, amigos los de muerte.

VIII

Sorprendidos por la abortada flecha que amanece,
gastados, mansos, torpes,
un poco pan y recipiente
de la exclusiva aurora que nacía,
Ìbamos, a veces,
entre las uvas dulces de febrero
hablando de partir a los naufragios.
Una pequeña fuga marinera
progresaba en la impaciencia de la ropa
y el humo ya inservible de las calles,
el humo transparente y vulnerable
postergaba de amor hasta tu nombre.

Con el luto ligero de los pájaros,
finalmente embellecidos,
finalmente secretos, luminosos,
cuánta gracia tiramos por las fuentes,
cuánto beso de miedo estrangulado
recorría el país que en la nostalgia
daba prisa a los ángeles del viento.

Yo no sé por qué fue desamparado
el vuelo en que cabía ya tu muerte.
Yo no se por qué el tiempo no ha tenido
la exacta rigidez de las montañas
para durar o consumir el regocijo
como una oscura piedra desmayada,
extranjera inmortal que se rebela
al destino formal y peregrino
del aire tiernamente cotidiano.

Pero sé que en buenosaires las campanas
de sucia soledad nos sumergÌan
entre vagos deseos y tristezas,
hierbas duras, testigos, catedrales,
algún jazmín quizá resucitado
y un mapa original que no era nuestro.

Íbamos así con inocencia,
animales paridos entre flores,
crecidos por la luna y por la lluvia
que en un golpe de farol inventa estrellas.

Huésped eras del frÌo y de la niebla
Y yo sólo provisoria compañía.

X

Desde su alto corazón, la primavera
fue desplegando su fantasmagorÌa,
apura, apura la canción y llora:
las voces del verano se revelan
con la dulzura triste, estremecida
del fruto pronunciado en otra espuma.

Será esta noche la primera noche
de soledad y adonde vayas
te seguirá la sombra propicia y vagabunda
de la estrella fugaz que te acompaña
entre breves caricias y espigas impedidas.
La última gota te ha de ser amarga
y la guardan tus dientes que se rinden
a la tierra olorosa y comprensiva.

Desciendes, pues, desciendes y es pequeña
la dura e imprecisa rebeldía
que señala el horizonte de tu frente.
Por el hondo calor de mi garganta
castiga un grito de leona herida
y no respondes m·s, con esta muerte
te instalas en un grave mediodÌa,
perteneces por fin a los exilios
que arrinconan con bronces las orquÌdeas
y muestran en la pulpa de las hierbas
la pura condición de la agonÌa.

Ah, no me llames ya,
Quiero que tengas la forma mínima del suelo,
estás tendido
y no regresaras al jugo vivo de mi cuerpo
ni treparas, crepuscular y tierno,
por la colina rencorosa y agria
del surtidor feroz que fue mi vientre.

Si ya sabemos esto, si sabemos
que el encendido beso que sujeta
tu huérfana hermandad con los rumores
no ha de bastar para salvar el sitio
que vigilan los duendes del vacÌo.
Podemos esperar acaso
algo m·s que este adiós y esta sorpresa
con que estrenas la noche, la primera
de turbia soledad y sembradura
de una nueva raÌz por los suburbios
deshabitados ya de tu silencio?

Pasiva y maldiciente te despido;
es única tu muerte, no me llames,
que florece también en mis entrañas
la empinada proporción del tiempo
y apuro mi canción que se derrama
sobre el rectángulo gris en que descansa
tu carne y se revuelca sin indulto
tu pobre y fácil corazón de muerto.

No pretendas soñar, que duele el vino;
aprende con fervor tu último oficio.
En esta noche nueva con mis manos
Calentaré tus pies pero sin llanto.

DEL AMOR CUARTO PISO

Con olor a pan y a alcohol la luna quiso
tocar tu nombre ojival contra la puerta,
llegar hasta el amor, beberse el humo
de un índice nupcial.
AllÌ, donde soñaban de pie las acuarelas.

Decir después balcones y geranios,
un coro de filósofos gorriones
guardando los cristales, la locura
paseada en zapatillas,
familias alineadas, bibliotecas,
paredes con fantasmas golpeando suavemente
y un llanto regresando también de tarde en tarde.

Porque sé que fue fácil trepar,
subir un poco,
sentir gotear la noche entre los dedos,
dejarse derrotar.

QuiÈn te hizo antiguo, dormido corazón para la angustia,
clavada cruz de sol,
jazmín de esperma muerto en cenicero?
QuiÈn te llenó de ausencias,
de puñales,
de oscuros terciopelos cayÈndose de boca?
Quién puso azul de puño en tu ventana?

Por ti los cielorrasos claudicaron,
las plazas invadieron las alcobas
y votaron en blanco los suicidas.
Por ti, palabra de amor, carne de plomo,
escamada porción de primavera,
prisión de muslo y diente,
inaugural pulpa de miel, estrella y uva,
deshilachado final de todo encuentro.

Porque sé que fue fácil trepar,
subir un poco,
morir en tus rodillas cada día
una muerte informal de mariposa,
porque sé que las cosas nos transitan
y se dejan tomar, y no se quejan.

AllÌ, donde soñaban de pie las acuarelas.
AllÌ, donde miramos nadar la luna en una taza.

Pisándonos el hueso, fue en octubre,
colgamos un adiós sobre los hombros.
Más allá del reloj se desarmaban
con grávido furor los adjetivos.

Tal vez la puerta dice todavía
tu caricia ojival y mi tristeza.

IV

También hubo las noches.
Hoy voy a hablarte de las noches,
de esa forma negra sin reloj,
desobediencia brutal con que injuriábamos
el tiempo gris y lácteo de las gentes.

Recuperado hogar era la noche,
ansioso texto buenosaires,
lágrima a cuestas por los tangos,
piel de durazno agonica en las calles.

Recobrada dulzura era la noche
entre lirios violentos y tristezas,
amargo pulso de indagarnos cosas,
rencor de algún pasado con estrellas.

Después también la lluvia por tus dedos
mojándome la cara,
buscándome la luz,
soltándome palomas,
la risa con alcoholes,
el viento artificial legalizado en duendes.
Entonces eras un hombre
embanderado en mi pelo.
Llevabas margaritas en tu portafolios.

Definitivo hueco era la noche,
rayo, puñal, designio,
qué loca quijotada matarse en los faroles,
amanecer de turbios sonámbulos, perdidos,
comiéndonos la niebla como si fuera un globo,
reventando las sombras como si fueran uvas
y ese olor de los bares a la hora del trigo!
Ese olor de las hojas, ese olor de la magia,
ese puro silencio entre dos geometrías
y tus manos, tu invierno,
tu sangre con veleros que sólo yo sabía.

Cuántas cosas te supe
mientras iba creciendo,
duro pan de suicida,
moneda sin esqueleto,
pluma limpia en tu bolsillo,
fuerte ambición de besos!
Es cierto, es cierto, es cierto,
también hubo las noches.
Perverso, en las esquinas,
el aire se disfrazaba de piedra contra tus ojos.

VIII

Dormir contigo.
Dormir contigo era
la víspera de reyes.
Una ansiedad en la boca del estómago
y un gusto a barro por las uñas.
Un cumpleaños siempre, cada noche,
un par de zapatos puesto en la ventana.

Dormir contigo.
Dormir contigo era
vigilar la oscuridad en las baldosas,
la mezquina sombra de los árboles,
el interminable atardecer que se estancaba
y alejaba la noche y me alejaba.

No importaban las mesas,
esas copas con que me bautizabas
en los estados viejos de tu almagro,
no importaban los naipes,
el tute burlón que desafiaba
la sorpresa caduca de unos ojos
entintados en vino.

Ibamos enfermando el dÌa,
murmurandole un réquiem a la tarde,
atravesados de dolor y espuma,
millonarios de amor, locos de versos,
drogados de gardel y de rivero,
viajeros de taxis desolados,
caminadores fuertes del tabaco.

Yo miraba en el fondo de tus ojos
la gran cama poblada como el mundo,
un incendio de clavos y de alambres,
un espacio de vidrio y lunas rojas,
un pedazo de estrella calcinada,
la fractura con lágrimas de un árbol.

Muchas veces corrí mojada y turbia,
enemiga del agua, rencorosa
de los trenes que apenas se movían,
de las altas escaleras frías,
del antiguo ascensor que carraspeaba,
del minuto de fósforo en la esquina;
enemiga, enemiga de las horas,
de la piedra, del viento, del amigo,
del teléfono, el diariero, las noticias:
enemiga del tiempo sin tu boca.

Dormir contigo.
Dormir contigo era
depositar mi sangre de muchacha
junto a tu sangre simple de muchacho.
Los besos que me dabas entre sueÒos
mirándome sin verme.

Entonces yo miraba la ventana,
la luz que llegarÌa
y el rumor de la calle castigaba mis huesos.

Luego habíÌa cosas que hacer como sonámbulos,
enlazar piedritas con relojes,
engañar la vida de algún modo,
volver a ser humano humanamente hablando.
Había que acechar los minuteros
y sonreÌr y pulirlos con ternura
y enfrentarse a paredes y agonÌas
y armar mecanos, piezas sueltas,
corazones en islas solitarias,
manteca sin papel,
papel sin letra,
despareja canción,
cereza rota,
un otoño con plomo en las entrañas
o un verano de cal que nos quemaba.

Pero había después dormir contigo,
caer en la tormenta de tu almohada,
hallar la paz, la lluvia, los naufragios,
los barcos que anclaban y partían
y soplaban su olor de chimenea
y el sándalo, el cognac, las pasajeras
violetas y algún frasco con lilas.
Dormir contigo.
Dormir contigo era
saber que nunca morirÌa.

X

Barramos la basura, rápido, ahora,
ahora que la casa del amor
se ha quedado vacÌa
y hay una hoguera de odio que todo purifica.
Que el aire quede limpio
y tendida la mesa,
que brillen las maderas
y se inunde de buena leche el pan
y regrese el prodigio de la fruta
y se vuelvan azules los relojes
desbordantes de pétalos los vasos
y haya un mantel oceánico en los pisos
y nueva sal y un nutritivo aliento
que suba como un p·jaro a la lámpara.

Y aquÌ el vino leal,
los jazmines ausentes,
el olor de la carne
que va a nacer distinta
y este desnudo modo de alumbrar el vinagre
desde un c·liz de polvo que nos tienta la boca.

Aunque parezca dulce la noche de los otros,
el lecho de los pobres,
la muerte de los niños
yo ya tengo mi muerte, mi noche y este lecho
que todavÌa huele como un jardín en marzo.

Barramos la basura, rápido, ahora,
ahora que los astros se han puesto de perfil
y un suburbio de perros se instala en las alcobas.
Deja las ropas quietas,
ofrece en sacrificio tu corazón entero
y abre la puerta grande para que entre toda
la soledad del frío, la soledad del hambre,
la soledad sin vicio filosófico,
sin adorno de llanto,
sin enfermos,
sin cardinal estado, sin un requiem,
diccionario del mudo
para una fiesta nuestra sin puntos suspensivos.

Que esta es la copa robada a los apóstoles
y Èsta es, amigo, nuestra última cena.


PUESTA A PUNTO

(A Nira Etchenique)

Pusiste a punto
el diente en la manzana
el ojo en la tiniebla
la mano en el vacío.

Pusiste a punto
el corazón en su latido
la oreja en el silencio
la lengua en la pasmada piel
el latido en la sangre
la vigilia en el sueño
el tiempo en el presente continuo.

Pusiste a punto
el sudor en la nuca
el labio en la palabra
el dolor en el grito
el pétalo en el aire
la ternura en el gesto
el delirio en los bordes
el mar en las arenas
la quietud en el polvo
lo propio en el afuera
la verdad en la duda
el número en la suma
la tinta azul en el papel esquivo.

Pusiste a punto
la bronca
la resistencia
el extremo coraje.

También pusiste a punto
el renegrido humor
el mate a media tarde
y la copa de tinto
ya casi madrugada.

Pusiste a punto
la soledad en la calle
el sueño en los livianos párpados
la inteligencia en la cornisa
el horizonte de la recta final
el antiguo verde de los jugos
el puño apretado sin moneda
el paisaje de las cuatro estaciones
y seguro que a Vivaldi
lo pusiste a punto
dentro de algún vinilo indestructible.

Te pusiste a punto
sin mirarte en espejos
viéndote como te conocías
apoyándote en las miradas
de otros ojos amados
a los que reconociste
como tuyos
y a los que esperaste
para sentir un último calor.

Pusiste a punto
finalmente
la alegría
la lágrima
el temblor
y cortaste los lazos
que habías puesto a punto.

Desataste los nudos
y te fuiste


Pedro Nalda Querol , agosto 2005