jueves, 11 de octubre de 2007

Mi nombre es Susana Campos

Mi nombre es Susana Campos y tuve el placer de concurrir a un taller literario individual con Nira durante dos años. El rito tenía lugar los sabados por la tarde en la confitería del Hotel Ibis en Congreso. No voy a describir el rito de aquellas tardes. Lo guardo para mi. Aqui, en este almuerzo en el que se homenajea a una mujer que por sobre todas las tristezas amó el estar viva, lo que yo desearía compartir con ustedes es el recuerdo de un día particular, o de una noche particular, la noche en que la conocí. Fue hace varios años. Ambas habíamos ido al cumpleaños de una amiga en comun. El festejo consistía en una cena de la que participabamos cuatro mujeres. Las cuatro teniamos edades muy distintas: en un extremo estaba yo que tenía treinta y pico y en el otro estaba Nira que rondarÌa los setenta. Nira, con su magistral don de narradora, dirigía plenamente la conversacion. Hablaba de manera segura, vehemente, a veces acompañando las palabras con el movimiento de una mano delgada y pequeña, que iba y venÌa, que se enrollaba y se desenrollaba a la altura de su menton. Era certera e ironica. Me cautivó. La cena aquella tuvo una larga sobremesa en la que se habló largo y tendido, y se bebiamos largo y mas tendido aún. Alrededor de las dos o tres de la madrugada decidimos irnos. La anfitriona nos acompañó hasta la puerta de calle. Era noviembre y la noche estaba verdaderamente hermosa. Nos despedimos. Al día siguiente, hablé con la cumpleañera. Hice referencia con cierto tono de preocupación a algo que había estado pensando: Nira se había ido sola a su casa caminando a las tres de la madrugada y con todos esos brindis encima! Entonces, mi amiga me dijo: “No te preocupes, ya hablé con Nira, me contó que cuando llegó a su casa lo primero que hizo fue sacar a pasear a Marcello!” No sé si esta anecdota puede describir a una persona. La traigo porque para mí tiene el efecto de los comienzos de los buenos cuentos, esos comienzos a los que uno vuelve luego de conocer el final de la historia. Se vuelve a ellos para paladearlos, para saborearlos de otro modo. Ahora, lejos de aquella escena, lejos también de esas otras escenas que fueron rebelandome a Nira, que fueron permitiéndome conocerla con más profundidad, con más intimidad, ahora, digo, me gusta, muchas veces, volver a aquella noche de noviembre en que, tambaleantes, nos despedimos con un abrazo. Fue un abrazo que abrió el tiempo porvenir, el nuevo tiempo en el que compartí con ella el placer por la palabra. Con Nira, aprendí. Aprendí oficio y aprendí vida. Y aprendo, hoy, porque el tiempo que se abrió con aquel abrazo no se ha cerrado todavía, no se cerrará. Nira, que amó las palabras, está en todas las palabras. Está en estas palabras mías que, balbuceantes, intentan decirla. Por eso, porque esto, levanto mi copa y brindo por alguien que supo del violento oficio de vivir. Nira, a tu salud!

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