Selección realizada por Nira Etchenique en el marco del Programa de Lectura de la SecretarÌa de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Junio 2005
La presente selección incluye poemas de los libros:
Horario corrido y sábado inglés (1958)
Los dueños del hambre (1959)
Diez y Punto (1966)
Ultimo Oficio (1967)
DE LOS SITIOS
CIUDAD
Un dÌa por tus calles,
esos dÌas que crecen sin ·ngel en la mano,
caen sobre el hombre con geografÌa nueva
y en que todo se dice de tiempo arrepentido,
nos descubrimos sombra,
herencia sin hallazgo,
llanto desaliñado,
suave mirar de frente, breve temblar de fruta.
Te supimos entonces de piedra y de convento,
de cifra y portafolio, de otoño y mediodÌa.
Supimos que ibas sola, callada como un árbol,
ausente como un túnel sin pájaro y sin cielo,
sin la mitad de un niño,
sin tu ración de sopa,
sin tu porción de perro,
sin nada para darnos aunque nos viste sombra,
aunque advertiste sangre
quem·ndonos los ojos,
tallándonos las uñas con un dibujo de hambre,
golpeándonos los codos,
vigilando la muerte.
Conversamos por miedo con todas las vidrieras,
por miedo te cruzamos todas las avenidas,
desplazamos el aire de cada bocacalle,
trepamos tus teléfonos.
Por miedo te burlamos tu cansada agonía,
tu camisa de anillo marcándote a la izquierda.
Pero nada tenías para darnos, ni perro,
ni sopa, ni caricia, ni canto, ni alegrÌa.
Es cierto, estabas sola,
tan sola como un llanto,
tan triste como un techo,
tan fría como un vidrio clavado entre las cejas.
Cercada de hospitales, de gritos, de botones,
de calientes vapores, de vinos, de autobuses,
de obreros que madrugan, de casas que se elevan,
de soles que descubren la basura en rincones,
de mercados y ojeras,
de estrellas consumidas.
Cercada estás por hombres que todo te reclaman:
el pan, la profecía, su cuota de esperanza.
Cercada y solitaria,
sin nada para darnos, así, como te vimos
un dÌa por tus calles,
crecida sin un ·ngel,
sin la mitad de un niÒo,
de cifra y portafolio, de otoño y mediodía.
CALLE CORRIENTES
Fue degollando aceras lentamente,
haciÈndose sentir como una lengua,
cortando a mordiscones las baldosas,
formando su raíz en cada cuadra
con rúbrica de estrellas desparejas.
Fue viboreando en hembra con caderas,
empujando sin m·s como una gota,
inundando de sueños los balcones,
inventando argumentos para el hambre
dulcemente dormido en una copa.
Fue caminando a los lados, se hizo grande,
tuvo cara procaz de chiquilina
creciendose hasta el sur mortificada
en el último botón de su corpiño.
Corrientes, la marcaban los ladrillos
con suaves intenciones demolidas.
Un dÌa pidió paso, gritó arriba,
trepó su mano abierta en las vidrieras,
la vimos sonreír toda su risa,
tutear itinerarios, desplomarse
con gracia en el espanto ciudadano.
De loca enciclopedia las garúas
doscientos cambalaches le borraron
pisando el corazón sobre el asfalto
su puño de agua azul, de aguamarina.
Se dijo TabarÌs sin victrolera,
desmelenado esquinero impenitente,
tacón de madrugada, ajerezado
velar y consumir la misma cosa
sin tregua bajo un ancho lomo quieto.
Y mientras vino entera en sangre y uña
a dislocar cuaresmas, a doblarnos
la poca disciplina, los horarios,
el grave trajinar, los almanaques,
su nombre corregÌa en el suburbio
un sexto semanal pájaro muerto.
No corta su canción a rebanadas,
no cabe en el cuadrante, no se apoya;
se da de palidez y biografÌa,
de f·cil caminar, de monograma,
de lata y de cartón, de ángulo agudo.
Aún le pide más la noche en ronda
si el cielo la dibuja como un aro.
Allí, donde la luna firma un cheque
sin plazo a cualquier sueño desarmado.
DEL ADIOS
CUANDO YO NO ESTE
Un día, cualquier día,
puede ser un lunes de mañana
o un sábado a la tarde
-los sábados de tarde
las cosas suelen doler un poco más-
vendrás, serás un hombre
diciendo yo la amaba
y entonces era mÌa,
y entonces como cÛnica campana,
como un árbol,
como un lunar redondo que asimila
del aire el corazón y se lo bebe,
estaba dialogando entera, sola,
dejándose caer,
dejándose quemar de beso a beso.
Es cierto, no estaré,
o acaso únicamente me haya muerto.
El viento irá contándote mi llanto en el oido,
mi forma caducada,
aquel verano triste colgado en la ventana,
los niños que sembramos,
el pregón de las flores,
las noches patinando el amor que se enraizaba,
crecía, maduraba, volaba hasta los techos,
desanudaba el lazo plural de alguna estrella.
Es cierto, no estaré,
o acaso únicamente me haya muerto.
Y sin embargo, porque un hombre, tu,
vendrás, dirás la amaba
y entonces era mía
y entonces ella toda temblaba entre mis brazos,
mi voz desde quien sabe
tal vez desde otras manos,
tal vez desde la niebla nidal de las corolas
vendrá salando otoños,
desparramando inviernos,
hurgando el arco breve informal de tus pestañas.
Mi voz dirá lo amaba
y entonces era mío.
Será un día cualquiera,
un lunes de mañana
o un sábado a la tarde
-los sábados de tarde
las cosas suelen doler un poco más-
NELLY
Un andar de cocina a mariposa
podría definirte,
o tal vez un tibio espacio con olivos,
o tal vez aquellas manos amarillas
o solamente un transitable pulso
que nadie sospechó, que nadie quiso.
Qué decirte después de diecisiete sueños
tierra para pisar amor, para dormirse,
para jugar a ser de luna, de fantasma,
de mimbre o caracol, de eclipse en marzo?
Yo te recuerdo, es cierto, eras de charco
frente al portal azul de tu barriada,
plebeya campanilla que una noche
trepó toda su tos, miró la calle,
copió la sal de un pájaro caído,
crispó su blanco corazón de leche.
Yo te recuerdo, es cierto, eras amiga
de andar por los otoños desarmados,
de recoger gorriones a destiempo,
de morder un durazno y olvidarlo.
QuÈ decirte después de diecisiete sueños
tierra para pisar amor, para dormirse,
para nombrar el trigo familiar, el aire
y a gracia final de cada hoja
llorandose por vientres, nervaduras,
por techos sin palomas, por espacios
de pan caliente y beso, de zaguanes?
Yo te recuerdo, es cierto, eras aquella
del gorro a cuadros y la falda corta,
la trenza clara, el desvelado rostro,
un libro de poesÌas manoseado,,
un racimo de muerte sobre el pecho.
Ahora digo tu nombre, tus geranios,
tu viejo bastidor de niña triste,
tu dulce aliento gris, tus grandes patios,
tu edad crecida en zanja y en baldÌo.
Ahora digo, sí, tu barrio entero
mirándote pasar definitiva.
La tarde que te fuiste cara al cielo
dejÈ mi adolescencia en la vereda.
VI
Qué estás mirando ahora?
Hay ventana en tu cuarto?
O es uno de esos pozos oscuros donde el polvo
se agremia en los rincones y comenta la sombra?
Que miras? Las paredes, el techo, las aristas
de algún mueble que fuera para usar y que ahora
te parece lejano, accesible a los otros?:
un país con sus ríos, sus calles, sus montañas,
la redonda y difusa proporción de una luna
y hasta un motivo nuevo de jardÌn con relojes.
O no miras y finges un sueño que te engañe,
preludio analfabeto de la muerte que escondes
como un puñal fundido debajo de tu almohada.
Y después, en que piensas?
Te sube y te desciende un instinto de vida,
te sostiene una rosa,
te derrumba una aguja,
el agua en tu garganta despierta los elogios
de una lengua gastada que protege en los dientes
la exaltada promesa del vino que no bebes.
Y acaso el cigarrillo,
ah, el gran compañero celoso y exclusivo!,
literatura de humo trabajada en el aire,
paloma en sacrificio, reiteración del beso,
dueño de las criaturas condenadas al desvelo,
amigo de tu agonía, camarada del silencio.
Y además, qué tristeza,
qué impúdica tristeza solivianta tu pecho?
Tal vez ya te abandonas, y te agitas y lloras,
o te inclinas, vencido, leve, herido, piadoso,
sobre el espejo turbio de p·nico y de vidrio.
Tu miedo, sÌ, tu miedo
circulando en el aire inmÛvil de tu cuarto,
respirando el aroma de los frascos curiosos,
palpando entre las s·banas alguna arteria sucia,
naufragando en los pobres gorriones de tus ojos.
Allí te estás caído,
entre pequeñas cosas en fuga y entre sueños.
De espaldas, demasiado de espaldas,
con prudencia organizas tu lento aprendizaje,
el oficio innombrable,
la artesanía última.
Duros trabajos son, amigos los de muerte.
VIII
Sorprendidos por la abortada flecha que amanece,
gastados, mansos, torpes,
un poco pan y recipiente
de la exclusiva aurora que nacía,
Ìbamos, a veces,
entre las uvas dulces de febrero
hablando de partir a los naufragios.
Una pequeña fuga marinera
progresaba en la impaciencia de la ropa
y el humo ya inservible de las calles,
el humo transparente y vulnerable
postergaba de amor hasta tu nombre.
Con el luto ligero de los pájaros,
finalmente embellecidos,
finalmente secretos, luminosos,
cuánta gracia tiramos por las fuentes,
cuánto beso de miedo estrangulado
recorría el país que en la nostalgia
daba prisa a los ángeles del viento.
Yo no sé por qué fue desamparado
el vuelo en que cabía ya tu muerte.
Yo no se por qué el tiempo no ha tenido
la exacta rigidez de las montañas
para durar o consumir el regocijo
como una oscura piedra desmayada,
extranjera inmortal que se rebela
al destino formal y peregrino
del aire tiernamente cotidiano.
Pero sé que en buenosaires las campanas
de sucia soledad nos sumergÌan
entre vagos deseos y tristezas,
hierbas duras, testigos, catedrales,
algún jazmín quizá resucitado
y un mapa original que no era nuestro.
Íbamos así con inocencia,
animales paridos entre flores,
crecidos por la luna y por la lluvia
que en un golpe de farol inventa estrellas.
Huésped eras del frÌo y de la niebla
Y yo sólo provisoria compañía.
X
Desde su alto corazón, la primavera
fue desplegando su fantasmagorÌa,
apura, apura la canción y llora:
las voces del verano se revelan
con la dulzura triste, estremecida
del fruto pronunciado en otra espuma.
Será esta noche la primera noche
de soledad y adonde vayas
te seguirá la sombra propicia y vagabunda
de la estrella fugaz que te acompaña
entre breves caricias y espigas impedidas.
La última gota te ha de ser amarga
y la guardan tus dientes que se rinden
a la tierra olorosa y comprensiva.
Desciendes, pues, desciendes y es pequeña
la dura e imprecisa rebeldía
que señala el horizonte de tu frente.
Por el hondo calor de mi garganta
castiga un grito de leona herida
y no respondes m·s, con esta muerte
te instalas en un grave mediodÌa,
perteneces por fin a los exilios
que arrinconan con bronces las orquÌdeas
y muestran en la pulpa de las hierbas
la pura condición de la agonÌa.
Ah, no me llames ya,
Quiero que tengas la forma mínima del suelo,
estás tendido
y no regresaras al jugo vivo de mi cuerpo
ni treparas, crepuscular y tierno,
por la colina rencorosa y agria
del surtidor feroz que fue mi vientre.
Si ya sabemos esto, si sabemos
que el encendido beso que sujeta
tu huérfana hermandad con los rumores
no ha de bastar para salvar el sitio
que vigilan los duendes del vacÌo.
Podemos esperar acaso
algo m·s que este adiós y esta sorpresa
con que estrenas la noche, la primera
de turbia soledad y sembradura
de una nueva raÌz por los suburbios
deshabitados ya de tu silencio?
Pasiva y maldiciente te despido;
es única tu muerte, no me llames,
que florece también en mis entrañas
la empinada proporción del tiempo
y apuro mi canción que se derrama
sobre el rectángulo gris en que descansa
tu carne y se revuelca sin indulto
tu pobre y fácil corazón de muerto.
No pretendas soñar, que duele el vino;
aprende con fervor tu último oficio.
En esta noche nueva con mis manos
Calentaré tus pies pero sin llanto.
DEL AMOR CUARTO PISO
Con olor a pan y a alcohol la luna quiso
tocar tu nombre ojival contra la puerta,
llegar hasta el amor, beberse el humo
de un índice nupcial.
AllÌ, donde soñaban de pie las acuarelas.
Decir después balcones y geranios,
un coro de filósofos gorriones
guardando los cristales, la locura
paseada en zapatillas,
familias alineadas, bibliotecas,
paredes con fantasmas golpeando suavemente
y un llanto regresando también de tarde en tarde.
Porque sé que fue fácil trepar,
subir un poco,
sentir gotear la noche entre los dedos,
dejarse derrotar.
QuiÈn te hizo antiguo, dormido corazón para la angustia,
clavada cruz de sol,
jazmín de esperma muerto en cenicero?
QuiÈn te llenó de ausencias,
de puñales,
de oscuros terciopelos cayÈndose de boca?
Quién puso azul de puño en tu ventana?
Por ti los cielorrasos claudicaron,
las plazas invadieron las alcobas
y votaron en blanco los suicidas.
Por ti, palabra de amor, carne de plomo,
escamada porción de primavera,
prisión de muslo y diente,
inaugural pulpa de miel, estrella y uva,
deshilachado final de todo encuentro.
Porque sé que fue fácil trepar,
subir un poco,
morir en tus rodillas cada día
una muerte informal de mariposa,
porque sé que las cosas nos transitan
y se dejan tomar, y no se quejan.
AllÌ, donde soñaban de pie las acuarelas.
AllÌ, donde miramos nadar la luna en una taza.
Pisándonos el hueso, fue en octubre,
colgamos un adiós sobre los hombros.
Más allá del reloj se desarmaban
con grávido furor los adjetivos.
Tal vez la puerta dice todavía
tu caricia ojival y mi tristeza.
IV
También hubo las noches.
Hoy voy a hablarte de las noches,
de esa forma negra sin reloj,
desobediencia brutal con que injuriábamos
el tiempo gris y lácteo de las gentes.
Recuperado hogar era la noche,
ansioso texto buenosaires,
lágrima a cuestas por los tangos,
piel de durazno agonica en las calles.
Recobrada dulzura era la noche
entre lirios violentos y tristezas,
amargo pulso de indagarnos cosas,
rencor de algún pasado con estrellas.
Después también la lluvia por tus dedos
mojándome la cara,
buscándome la luz,
soltándome palomas,
la risa con alcoholes,
el viento artificial legalizado en duendes.
Entonces eras un hombre
embanderado en mi pelo.
Llevabas margaritas en tu portafolios.
Definitivo hueco era la noche,
rayo, puñal, designio,
qué loca quijotada matarse en los faroles,
amanecer de turbios sonámbulos, perdidos,
comiéndonos la niebla como si fuera un globo,
reventando las sombras como si fueran uvas
y ese olor de los bares a la hora del trigo!
Ese olor de las hojas, ese olor de la magia,
ese puro silencio entre dos geometrías
y tus manos, tu invierno,
tu sangre con veleros que sólo yo sabía.
Cuántas cosas te supe
mientras iba creciendo,
duro pan de suicida,
moneda sin esqueleto,
pluma limpia en tu bolsillo,
fuerte ambición de besos!
Es cierto, es cierto, es cierto,
también hubo las noches.
Perverso, en las esquinas,
el aire se disfrazaba de piedra contra tus ojos.
VIII
Dormir contigo.
Dormir contigo era
la víspera de reyes.
Una ansiedad en la boca del estómago
y un gusto a barro por las uñas.
Un cumpleaños siempre, cada noche,
un par de zapatos puesto en la ventana.
Dormir contigo.
Dormir contigo era
vigilar la oscuridad en las baldosas,
la mezquina sombra de los árboles,
el interminable atardecer que se estancaba
y alejaba la noche y me alejaba.
No importaban las mesas,
esas copas con que me bautizabas
en los estados viejos de tu almagro,
no importaban los naipes,
el tute burlón que desafiaba
la sorpresa caduca de unos ojos
entintados en vino.
Ibamos enfermando el dÌa,
murmurandole un réquiem a la tarde,
atravesados de dolor y espuma,
millonarios de amor, locos de versos,
drogados de gardel y de rivero,
viajeros de taxis desolados,
caminadores fuertes del tabaco.
Yo miraba en el fondo de tus ojos
la gran cama poblada como el mundo,
un incendio de clavos y de alambres,
un espacio de vidrio y lunas rojas,
un pedazo de estrella calcinada,
la fractura con lágrimas de un árbol.
Muchas veces corrí mojada y turbia,
enemiga del agua, rencorosa
de los trenes que apenas se movían,
de las altas escaleras frías,
del antiguo ascensor que carraspeaba,
del minuto de fósforo en la esquina;
enemiga, enemiga de las horas,
de la piedra, del viento, del amigo,
del teléfono, el diariero, las noticias:
enemiga del tiempo sin tu boca.
Dormir contigo.
Dormir contigo era
depositar mi sangre de muchacha
junto a tu sangre simple de muchacho.
Los besos que me dabas entre sueÒos
mirándome sin verme.
Entonces yo miraba la ventana,
la luz que llegarÌa
y el rumor de la calle castigaba mis huesos.
Luego habíÌa cosas que hacer como sonámbulos,
enlazar piedritas con relojes,
engañar la vida de algún modo,
volver a ser humano humanamente hablando.
Había que acechar los minuteros
y sonreÌr y pulirlos con ternura
y enfrentarse a paredes y agonÌas
y armar mecanos, piezas sueltas,
corazones en islas solitarias,
manteca sin papel,
papel sin letra,
despareja canción,
cereza rota,
un otoño con plomo en las entrañas
o un verano de cal que nos quemaba.
Pero había después dormir contigo,
caer en la tormenta de tu almohada,
hallar la paz, la lluvia, los naufragios,
los barcos que anclaban y partían
y soplaban su olor de chimenea
y el sándalo, el cognac, las pasajeras
violetas y algún frasco con lilas.
Dormir contigo.
Dormir contigo era
saber que nunca morirÌa.
X
Barramos la basura, rápido, ahora,
ahora que la casa del amor
se ha quedado vacÌa
y hay una hoguera de odio que todo purifica.
Que el aire quede limpio
y tendida la mesa,
que brillen las maderas
y se inunde de buena leche el pan
y regrese el prodigio de la fruta
y se vuelvan azules los relojes
desbordantes de pétalos los vasos
y haya un mantel oceánico en los pisos
y nueva sal y un nutritivo aliento
que suba como un p·jaro a la lámpara.
Y aquÌ el vino leal,
los jazmines ausentes,
el olor de la carne
que va a nacer distinta
y este desnudo modo de alumbrar el vinagre
desde un c·liz de polvo que nos tienta la boca.
Aunque parezca dulce la noche de los otros,
el lecho de los pobres,
la muerte de los niños
yo ya tengo mi muerte, mi noche y este lecho
que todavÌa huele como un jardín en marzo.
Barramos la basura, rápido, ahora,
ahora que los astros se han puesto de perfil
y un suburbio de perros se instala en las alcobas.
Deja las ropas quietas,
ofrece en sacrificio tu corazón entero
y abre la puerta grande para que entre toda
la soledad del frío, la soledad del hambre,
la soledad sin vicio filosófico,
sin adorno de llanto,
sin enfermos,
sin cardinal estado, sin un requiem,
diccionario del mudo
para una fiesta nuestra sin puntos suspensivos.
Que esta es la copa robada a los apóstoles
y Èsta es, amigo, nuestra última cena.
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